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viernes, 7 de enero de 2011

Más de lo mismo (II)

A diferencia de las granjas familiares tradicionales, los sistemas de confinamiento intensivo que dominan la ganadería hoy en día reúnen el máximo número de animales que quepan en un edificio, generalmente sin ventanas. Los animales han de convivir con sus propios excrementos, cuyas emanaciones amoniacales les provocan enfermedades respiratorias. Para mantenerlos vivos bajo estas condiciones, se les administra junto con la comida grandes cantidades de antibióticos. A pesar de todo, una gran parte de estos animales perecen antes de ser llevados al matadero.
 
También se les administran hormonas, y se manipula la iluminación y alimentación para hacerles crecer más y más rápido, y alcanzan más peso del que pueden soportar sus esqueletos. Esto les provoca dolores articulares. Sus problemas se acentúan por pasar toda su vida sobre suelos de cemento, compartimentos y rejas metálicas.
 
En los mataderos, los animales oyen a los que les preceden cuando los sacrifican, los huelen y en ocasiones incluso ven la matanza. Cualquier animal lucha por su vida e intentará huir hasta su último aliento.

Los manipuladores de animales suelen tratarlos con impaciencia y a veces con crueldad descarada. Se ha informado de numerosos casos de "crueldad deliberada", por ejemplo, trabajadores que "se divierten matando y atormentando a los animales a propósito", "disfrutando sádicamente sacándoles los ojos al ganado", "golpeándoles en la cabeza contra las compuertas", y "dándoles electro-shocks en partes sensibles de sus cuerpos". Las lineas de producción en los mataderos se han acelerado y esta presión conduce al abuso.

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